Ojos y miradas
Sabia y gitana, la pitonisa despliega los arcanos.
¡Batallas incesantes y hueco rodar de calaveras! ¡La carne y la locura! El galopar de un caballo desbocado, cuyos cascos resuenan en la noche...
El fin, aparatoso o mezquino, triste siempre, lo señala la carta de la muerte.
¡Se dirige a desposarla el caballero!
Cartomántica, 1972
Tarde de domingo. Tres modernas Gracias en su indolente espera.
Se saben ellas pensadas y evocadas por craso individuo de bigote que, después del paseo con su esposa -el índice en el ala del sombrero en su saludo-, acudirá nocherniego, aunque no trasnochador.
Ojos inquisidores, ojos ciegos, ojos abultados de dispéptico...
Ellas se hastían, eternamente se aburren, siempre esperan...
Espera sin fin en tarde de domingo...
Los ojos inquisidores, 1987
¡Revoltijo de capturas en el mar, rumor de caracolas, estirpe adivinada de sirena!
Ella se camufló bajo la luna, vistió su desnudez de algas y peces y se dejó intuir entre la niebla.
No sabe si morir en unos brazos o seguir -libre- recorriendo los océanos.
¡Es su dilema!
Sirena, 1975
Mágica aparición de la profética sibila. En su cabeza de pájaros y ramas, desahuciados corredores. Un rastro fugitivo de tristeza... ¡Se cansó la sibila de escrutar los tiempos!
Sibila, 1975
¡Cacarea el gallo, con su roja cresta erguida!
Un coro trágico de hembras le convoca entre los plateados reflejos de la luna, que son el perfume de su fatal reclamo.
Ellas se disfrazan de sí mismas, todo lo miran...
¡Cacarea el gallo...!
En silencio, se dejan seducir las hembras...
El gallo de la juventud, 1975
Espejea de ojos -hay quien dice que luciérnagas- la cabellera de la mujer ensimismada.
¿A qué mundo se sabe desplazada? Estudiosos y filósofos no se ponen de acuerdo...
Ojos que demasiado ven, el pensativo mentón sobre la mano...
Ojos que demasiado ven, 1988